Le preocupa que se entienda bien, porque sabe que el público lector de PF es de Izquierda y muchos lo conocen a él desde pequeño. Por eso, y porque sabe la importancia de la palabra, pide revisar la entrevista. “Los mapuches hablan de la importancia de la palabra y los que sabemos de la fe sabemos que la palabra es sonido y poder. He aprendido que la palabra hace. Por lo tanto, si tú dices algo tienes que hacerte responsable de lo que dices”, afirma en tono de advertencia. Este joven barbudo estudió Pedagogía en Castellano y luego estuvo en dos universidades privadas. En la más “cuica”, una secretaria lo reconoció como el hijo de Lumi Videla y le dijo con complicidad que admiraba a sus padres. En otra oportunidad, la hija de un almirante retirado le confesó que siempre había visto las cosas de un solo lado y, así, escuchó en silencio los horrores de la dictadura. Dago vive junto a una decena de rastafaris en la comuna de Estación Central, en una casa adornada con murales, afiches de recitales, citas de la Biblia y pintada con los tradicionales verde, amarillo y rojo. Las imágenes de leones africanos dorados, de Haile Selassie y Marcus Garvey, dan misticismo a las habitaciones. “Acá han venido hermanos rastas de Arica, Antofagasta, La Serena, Valparaíso y Concepción, como también Las Leonas de Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas”, cuenta Dago. Es muy difícil entender el rastafarianismo para alguien que no cree, pero Dago se ayuda con la letra de una canción para tratar de explicarse: “no queremos más religión, no queremos más explotación” canta en voz baja para luego reafirmar la idea. “Rastafari no es una institución religiosa, sino una fe viviente, una cultura, una música, una manera de vivir y de alimentarnos. Es una conexión entre el ser humano y la creación del Señor”. En los 80, Dago, como la mayoría de hijos de víctimas de la violencia pinochetista, participó con los secundarios en la calle y de eso se siente orgulloso. “Creo que el combate callejero fue una escuela importante en tiempos de dictadura, pero entonces todos los jóvenes estábamos en ésa. No es que yo haya hecho algo particularmente grande, sino más bien era mi deber”, sentencia. En 1992 ingresó al grupo musical Godwana. “Nos juntamos porque teníamos el mismo sentimiento y el reggae nos fue concientizando, descontaminando, abriendo el corazón y agudizando el sentimiento y el pensamiento”, recuerda. Hace más o menos un año se salió de Gondwana y se dedicó a grabar, algo que tenía pendiente desde que fue a mezclar un disco a Washington. “Creo que en Chile hay muy buena música reggae y es importante producir música en un espacio no controlado por grandes compañías”, dice este productor musical e intérprete de música dub.
¿Cómo funciona esta casa rastafari, como un club o una comunidad?
“El pilar fundamental fue la música y lo que se podía desarrollar con ella. Tenemos una sala de ensayo, una de grabación y una oficina del sello independiente de reggae, Visión Discos. Además, tenemos una sala donde funcionan las hermanas y hacen sus sesiones espirituales, bailan y realizan cursos. Hemos hecho talleres de voz, reciclaje de desechos y percusión. También desarrollamos la parte culinaria, hacemos panqueques y pan sin huevo, sin leche ni levadura. En esta casa nos reunimos para progresar material y espiritualmente. Esa fe nos guía y nos hace tener una lucha, una vida, un sentimiento y una perspectiva común. Creemos en la autogestión, y no en las normas de esta sociedad porque todo lo que hemos logrado lo hemos hecho sin pedirle nada a nadie y a la manera que encontramos correcta”.
¿Hay algún líder espiritual entre ustedes?
“En Chile no hay un antiguo o sabio que nos pueda guiar. Entonces, con mucho respeto, hemos ido aprendiendo nosotros mismos. En rasta podemos hacerlo, porque rasta es una vibración natural que fluye en la creación. La fe rastafariana puede llegar a cualquier persona. Rastafari es una fe viviente, y es también una iglesia en Etiopía. Esa iglesia africana es muy distinta a la católica. Por ejemplo, nosotros decimos que el Papa católico es el rey de los muertos vivientes. No se puede parar ni caminar solo. Balbucea, es una masa de carne rosada que se arrastra. En cambio, nuestros líderes se pueden parar y mirar a los ojos”.
Tú fuiste uno de los que hablaste en el funeral de Luciano Carrasco. ¿Qué mensaje quisiste enviar?
“Yo hago lo que el Señor me dice, y esa vez habló mi corazón. Los hermanos que nos reunimos hace años y tenemos a nuestro padre o madre desaparecida me pidieron que hablara a nombre de H.I.J.O.S. Yo tenía que hablarle a la gente del MIR que no ha asumido sus responsabilidades políticas y morales respecto de lo que dijeron y por lo que lucharon. No creemos que nadie haya sido derrotado ni que nuestros padres lucharan en vano. Quería decirles que sentía profundamente que mis padres habían tenido una gran victoria, porque me hicieron libre a mí y a mis hijos. Me dieron el ejemplo para hacer lo que tengo que hacer y no ser esclavo de nadie. Hay gente de Izquierda que piensa que la lucha fue en vano, sin ver que el sentimiento y el amor que hubo fue correcto, real, verdadero e invencible. El amor que sintieron los amigos de mis padres tiene frutos, nos dio la libertad para no ‘comprarle’ al sistema”.
¿Y eso no lo entienden las viejas generaciones de Izquierda?
“Lo que pasa es que es una práctica de libertad que se debe mantener hacia adelante. Una vez entré a La Moneda por el caso de mi viejo, y justo venía saliendo un antiguo dirigente del MIR que trabaja como asesor de gobierno. Yo le dije ‘mira, aquí estoy por mi viejo’ y le pregunté cómo estaba. El me miraba sin decir nada. En cambio, otra vez me encontré con dos viejos miristas de los más ‘cuáticos’ (radicales) y con ellos fue increíble. Hubo pocas palabras, pero unos abrazos espectaculares en los que se notaba todavía esa llama encendida y mucha vibración. Eso pasa. Yo, para muchas personas, puedo ‘estar en otra’ pero lo que sucede es que tengo una llama que flamea”.
En el lugar que habitas hay pinturas con citas de la Biblia. ¿Qué significa?
“Es un tema de fe, no de religión. No se puede definir en términos sociológicos. No podría explicar en una entrevista qué significa ser rastafari, porque tiene que sentirlo. Si no, usted va a tener una visión superficial. Lo que me hizo llegar a esta fe es que desde niño me dijeron que debía tener una capacidad crítica, que viera más allá y no me hiciera el ‘huevón’ con la realidad y con la historia. Me dijeron que llegara a la verdad y que la conciencia se debía educar y entregársela a los que no la tenían. Me dijeron que este mundo era malo y que había que ser radical para cambiarlo. Yo era de Izquierda marxista-leninista y hoy soy un revolucionario. Antes había cosas que no entendía. Por ejemplo, me molestaba la inconsecuencia -y no es que yo hubiera sido un ejemplo de consecuencia-, pero veía a compañeros que eran de una manera y que de la casa para adentro eran de otra. No lo entendía, porque yo cachaba que había que ser igual siempre. Se decía que había que luchar por la igualdad, pero éramos bien machistas. En mi familia había gente que hacía buenos discursos revolucionarios, pero en su casa no pasaba nada. Hubo cosas que podrían no tener importancia, pero que demostraban una conciencia limitada. Además, empecé a tener diferencias filosóficas. Aunque yo no era anarquista ni nada parecido, veía que el Estado, la industrialización y la concentración demográfica en las ciudades no eran soluciones, sino más bien herramientas capitalistas para seguir destruyendo la tierra. Vi que los elementos que causan mal a las personas simplemente no deberían ser usados. Al principio no entendía esas cosas, pero de a poco me fui diciendo que la dictadura del proletariado, el Estado y la democracia, al final, sólo esclavizan”.
¿Este tipo de democracia?
“Siempre me molestó esa palabra, porque yo estaba por la revolución y en algún momento la democracia me pareció reformista. Con el tiempo me cuestioné la lucha por la democracia popular u otra democracia con apellido. Me di cuenta que estaba mal ponerle apellido a una democracia, que incluso el concepto estaba mal porque la democracia nunca había sido practicada. Eso me hizo cuestionar el fundamento y sentimiento de algunas luchas. Mi sentimiento era que es uno quien debe cambiar, porque la Izquierda, como estaba, no podía enseñar nada más. Ni principios, ni nada. Había malas ondas, se ponían en marcha máquinas y otros se ofrecían balazos. Tampoco entendía por qué eran tan importantes la escuela y la universidad si yo veía que más bien servían para echarle a perder la cabeza a los cabros. Por ejemplo, yo no voy a mandar a mis hijos al colegio. ¿Por qué me voy a arriesgar a que le enseñen mentiras a mi hijo? Creo que tengo que construir una forma rastafariana de estar feliz, de ser consciente y luchar,
porque mis papás y mis abuelos no murieron para que yo les entregue mis hijos a esta sociedad. Sería irresponsable, porque esta sociedad es mala. A mis hijos les voy a pasar libros del viejo Vitale, que estoy seguro no se los van a pasar en el colegio”